Por: Mariano del Mazo
Crítica "Segunda cita" Exclusivo: cómo es el nuevo CD de Silvio Rodríguez. Sale el 26 y lo muestra en su mejor forma.
Sin brillantes conclusiones/ni versículos de fuego/sin palabras que hagan juego con grandes decoraciones/sin humos o presunciones/más bien con talante exiguo/me declaro trovador antiguo".
Ya lejos de la provocación poética y política, rodeado de nietos y de una coyuntura social cubana decadente que combina resistencia, terquedad y resignación, a los 63 años Silvio Rodríguez ostenta un sereno presente artístico que, en esta Segunda cita, asimila los contornos bellísimos de una obra a la altura de sus mejores discos.
Si él mismo se considera "un trovador antiguo", si canta por ahí "yo fui una vez lo nuevo", hoy Rodríguez asume una madurez que es clasicismo. Con un sonido que en algunas canciones lo acercan a sus trabajos con Afrocuba (Bendita) y en la mayoría al formato semiacústico del Tríptico I y II, el cubano abandona todo rasgo barroco y tiende -como los grandes escritores, músicos, poetas- hacia el despojo y la sencillez. El disco abre precisamente con una canción de una sencillez desarmante: Toma. Le sigue el tema más político del álbum, que parece una respuesta a los que lo acusaron en su momento de adherir acríticamente al gobierno de Fidel Castro: Dijo Guevara, el humano/que ningún intelectual/debe ser asalariado/del pensamiento oficial ( ...) Mínimamente soy mío/ay, pedacito mortal.
Hay un homenaje a Violeta Parra y un bolero dedicado a César Portillo de la Luz, autor de Contigo en la distancia. "Lo conocí hace cuatro décadas. Lo perseguía por los bares nocturnos en que él cantaba. Fue parte de mi ritual de iniciación y me alumbró con secretos del oficio de trovador con poca voz", escribe Rodríguez en el sobre del disco.
El vals San Petersburgo, otro de los puntos altos, está basado en una historia que le contó una vez García Márquez sobre una novia abandonada que llevaba a cuestas sus regalos de bodas. Otro vals, Gigante, es un relato infantil a la manera de la fábula La primera mentira. Y así. Silvio Rodríguez compone parado sobre su propia tradición forjada musicalmente por la vieja trova, Bach, Los Beatles. Toda su trayectoria fue construida sobre un piso muy alto; sin embargo, en algún momento de fines de los '80, pareció atrapado por las consecuencias de la caída del Muro. Ahora retoma su voz más afilada, ésa que evita lugares comunes como el panfleto y la canción de amor llana; ésa que hurga en el lenguaje para elaborar lo que es, sin más, una poética.
Parecía que el aljibe se quedaba sin agua. Pero no: el trovador antiguo que alguna vez fue "lo nuevo" demuestra que nunca nada está del todo dicho. Y que la belleza y la melancolía siguen siendo sus aliados.«
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